[:es]El poder de una sonrisa … No tiene idioma ni edad. [:]

 In Opinión
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Todo empieza como cualquier chiste… Iban 2 italianos, 2 mexicanos y 1 turco en un taxi.
La ciudad es Izmir, Turquía… El buen turco nos llevaría a ver las atracciones turísticas de la bella metrópolis, pues habíamos encontrado un gran descuento al compartir con unos italianos que no conocíamos del crucero… Y no fueron hasta 20 minutos después de ir en el taxi, cuando nos dimos cuenta de que nadie hablaba una lengua común en realidad, y no teníamos idea a dónde nos llevaban.
El chofer era un turco que no venía manejando una cara amable y su forma de manejar no distaba de la de Vin Diesel en Rápido y Furioso… solo que todos en Izmir estaban furiosos… Eso le añadía sabor al terror experimentado por nosotros.
Por algún motivo los italianos fueron un tanto groseros con él, y nosotros los mexicanos como buenos acarreados solo sonreíamos a donde ibamos, y agradecíamos al chofer sus atenciones.
Después del paso de las horas, nuestro amigo turco, se había convertido en nuestro fotógrafo oficial, e incluso tomaba fotografías que asumimos eran importantes, pues nunca nos pudimos entender. También fungió como guarda espaldas y guía de turistas… Nos ponía sillas, nos abanicaba con cartones que encontraba no sabemos dónde, nos ofrecía comprar especias y nos asesoraba (o eso queremos pensar) en la compra de una tradicional lámpara turca.
Nos ofrecía alfombras como todo turco que nos topamos en ese viaje… Nos llevó a una tienda de «ropa de cruceros» que en realidad parecía ser una tienda de disfraces de los 80’s con temática de «El crucero del amor».
Al entrar a una mezquita, obviamente yo no podía entrar con la cabeza sin cubrír, pero afuera de las premisas había unas preparadas personitas que te prestaban telas para cubrirte, a nuestro querido turco no le gustó la que me dieron y buscó una que combinara con mi atuendo… Priceless
Solo podíamos reír y dejarnos llevar. Reír incluso en una bodega de bolsas piratas a petición de la italiana, donde nos sentíamos a unos pasos del secuestro exprés… Nuestro turco amigo no lo permitió y salimos victoriosos del 3er piso de un departamento de dudosa reputación.
Nuestro magnífico chofer perdió el taxi (olvidó dónde lo había estacionado) y habíamos caminado por lo menos unos 4 kilómetros en el bazar… Una vez encontrado el taksi (allá así se dice), pues nada, que por supuesto no prendía… Después de 5 interrumpidos intentos logró echarlo a andar. Importante es mencionar que el crucero podía dejarnos y nosotros sin poder regresar al puerto. Ya nos imaginábamos abandonados en una ciudad tan extraña como lo fue Izmir con nuestro amigo llevándonos en «taksi» hasta Estambul.
Por supuesto al despedirnos le dimos lo que supusimos era una propina decente, y grata fue nuestra sorpresa al ver que quizá había sido demasiado decente. Nos abrazó y besó las manos y hacía reverencias curiosas que no lográbamos imitar. Y pues qué más… Sonreíamos.
¿Qué nos quedamos de esta experiencia? Además del obvio terror a lo desconocido y la magia del «YOLO»… Entendimos el poder de una sonrisa … No tiene idioma ni edad. Es difícil que la contraparte no te sonría de regreso… y al sonreír por supuesto, tus acciones van ad hoc a tus emociones. Una de nuestras mejores experiencias de este viaje. Fuimos felices. TODOS. (excepto los italianos).
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