Perfeccionismo imperfecto
La atención a los detalles es algo primordial si en verdad deseamos que cada uno de los proyectos que tenemos en nuestras manos salga exactamente igual a como lo maquinamos dentro de nuestra mente. Hay ocasiones donde no todo encaja como debería ser y es ahí cuando no dejamos de pensar acerca de qué es lo que falta para que nuestro trabajo sea considerado como la obra de arte que nosotros sabemos que es.
En ocasiones es común que el ser llamados “perfeccionistas” sea considerado como un halago, el indicador de ser personas dedicadas que les gusta un trabajo bien ejecutado. El hecho de tomarnos el tiempo necesario para asegurar que cada parte de un trabajo quede bien estructurada es una característica positiva que poseen aquellas personas emprendedoras y comprometidas con sus metas pero… ¿es posible que este rasgo de productividad y atención llegue a un punto considerado como casi perjudicial para quien lo posee?
Lamentablemente, lo es. Muy posible que suceda y más seguido de lo que deseamos admitir. El ser una persona perfeccionista no solo aplica cuando estamos hablando de asuntos de trabajo, sino que puede llegar a extenderse a nuestra vida diaria y la manera en la que nos desarrollamos con nuestro entorno y las personas en él. Esto puede manifestarse como algo muy simple, desde procurar siempre tener un orden en cómo le agregas cosas a tu café (primero el café, luego la crema y al final el azúcar), hasta volverse verdaderamente incómodo si el volumen de algún aparato queda en un número par en lugar de un non.
¿Cómo saber si este perfeccionismo ha llegado a niveles muy altos? Estos son algunos de los indicadores más comunes:
- Tu agenda se ha convertido en tu vida y tienes un colapso nervioso cada vez que no pareces encontrarla por ningún lado.
- Las cosas sobre tu escritorio tienen un lugar especifico; desde la taza de café, hasta las plumas y el papel.
- No confías en las demás personas para hacer un trabajo en equipo, sientes que el mundo se te viene abajo y que todo va a salir mal si tu no eres quien está al mando de todos.
- Leer errores de ortografía y sintaxis te duele físicamente…puntos extra si te la pasas corrigiendo a tus colegas acerca de sus errores cuando están tratando de tener una conversación contigo.
- Puedes pasar horas y horas borrando y reescribiendo la misma oración en un documento de texto. Todo tiene que “salir como lo estoy pensando, el problema es que no encuentro la palabra adecuada y no voy a perder mi tiempo en buscar un diccionario”.
- Te haz pasado de las fechas de entrega por estar agregando más y más detalles a un trabajo, nunca entregarás algo que solamente se vea “bien”.
- Por más que te feliciten o algo te haya salido bien, siempre encuentras ese detalle que no te gusta. Eres tu peor crítico.
- Eres una persona demasiado competitiva…hasta cuando no hay un concurso de por medio.
- Prefieres complicarte las cosas tú solo antes de pedir ayuda. Consideras que el aceptar el apoyo de alguien más puede ser visto como una debilidad.
- Te importa demasiado lo que los demás piensen de ti y tu trabajo, buscas aprobación constante de que hiciste las cosas bien aunque la mayoría del tiempo no creas en los elogios que te hacen.
- Piensas que el tiempo es dinero y pocas veces te dedicas algún espacio para ti mismo, sientes que eso sería como desperdiciar valiosos momentos de productividad.
- Pasas mas tiempo pensando en cómo pudieron haber salido las cosas en lugar de poner todo tu empeño en tratar de arreglarlas.
- No sabes como tomar una critica. Nunca. Aunque esta sea positiva y tú mismo la hayas pedido.
- Para ti, todo es blanco o negro, la palabra “gris” no existe en tu vocabulario. Las cosas siempre estarán “bien” o “mal”, es “todo” o nada”.
- Por ningún motivo aceptas que alguien más cometa un error…de la misma manera que te reprocharías a ti mismo si alguna vez te atrevieras a cometer uno.
¿Qué podemos hacer para evitar todo esto? Respirar.
Al final del día, debemos recordar que en muchas ocasiones las cosas no tienden a ser perfectas y las situaciones que vivimos no salen como tan arduamente las planeamos en un principio, es de esperarse, así es la vida. ¡Hay que disfrutarla! No hay que agobiarse por este tipo de sucesos, a veces los resultados menos esperados son los mejores. Aquellos resultados que no planeamos y terminan otorgándonos un escenario más favorable que aquel que habíamos previsto.
La siguiente ocasión donde algo no salga como hubiéramos querido, hay que respirar profundamente y recordar que las cosas no siempre están bajo nuestro control y que eso (extrañamente) está bien. También cabe mencionar que somos humanos, el hecho de que cometamos errores de vez en cuando no es el fin del mundo, al menos no de nuestro mundo personal y laboral. Hay que relajarse y vivir, no mortificarse por un hubiera que jamás va a existir.
Por: Balila Schmal – SBGDL